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El mundo escondido (u olvidado) de la fotografía análoga
Hace un año más o menos (2021, en todo caso) encontré dos viejos rollos de película Kodak sin usar, que habían vencido el 2006. Eran los dos últimos de una caja con 20 rollos que compré porque estaban baratos, justamente porque estaban por vencer. Sacar fotos era caro antes de lo digital: una cámara no era barata, la película tampoco y era limitada (24 o 36 exposiciones), y revelar también era caro, al menos si se hacía frecuentemente. Por eso yo trataba de ahorrar en el que era mi hobby entonces, comprando película por vencer o vencida, buscando «picadas» donde revelar, ampliando solo algunas fotos, etc.
Bueno, la cosa es que desempolvé mi vieja cámara reflex Zenit, que no usaba de hacía por lo menos 15 años, y la cargué con la película. No sabía qué saldría de eso, no sabía si la película a lo mejor ya no servía, o si se habría velado, no tenía idea. Tampoco sabía en qué estado estaba la cámara. El fotómetro interno no funcionaba, por lo que recurrí a una app de fotometría en el teléfono, y con esos valores ajustaba el diafragma y velocidad de la cámara. Me recomendaron, por ser película vencida, medir como si fuera un punto menos de ISO, en este caso era una película de ISO 100, así que medí como si fuera una de ISO 50.
Tuve que reaprender algunas cosas. La primera, a no sacar tres, cuatro, cinco fotos de lo mismo, «solo para estar seguro» o tener distintas tomas. Tenía un rollo limitado y lo quería aprovechar. Lo segundo, a componer con un lente relativamente cerrado, a diferencia de los lentes gran angulares de las cámaras de los celulares. Y por último, a tener paciencia y no querer ver la foto de inmediato.
Todo el proceso fue incertidumbre, no saber muy bien qué estaba pasando. No saber si la foto había quedado bien encuadrada, porque no la podía ver; no saber si realmente se estaba exponiendo algo, porque no sabía si la cámara estaba funcionando bien, ni tampoco si el rollo aún servía, o si a lo mejor se le había despegado la emulsión. Mal que mal habían pasado 15 años y quizás cuantos más desde la fabricación. Y finalmente, el rollo se trancó dentro de la cámara: no avanzó más. Así que una noche apagué las luces, me metí a un closet y cerré la puerta, por precaución que no fuera a velarse al sacar el rollo (no sabía si se había vuelto a enrollar o aún seguía en la cámara). Por suerte quedó bien y lo llevé a revelar.
El resultado es tan inesperado como familiar. Las fotos se sienten vivas, son interesantes incluso las más banales, a diferencia de las fotos tomadas con celular o incluso con cámaras digitales dedicadas, que siento (y esto es por supuesto subjetivo) que son demasiado «reales».
Pienso que las razones de que las sienta más vivas e interesantes es la forma que son tomadas. La cámara es pesada e incómoda, hay que pensar dónde ponerla. Más aún, como estaba suponiendo una sensibilidad reducida de la película, me limité a situaciones de mucha luz, o tenía que estar muy quieto para poder usar una velocidad de obturador menor (1/60 o 1/30), limitándome a retratos y paisajes. También afecta el lente, que al ser de 50mm, permite desenfocar el fondo en un retrato, pero de manera muy natural. Por último, el efecto de la película vencida hizo que las fotos tengan un tono particular, con acento en los verdes, rojos y amarillos, con azules bastante débiles. En definitiva, son fotos únicas, cuyo ingrediente principal es la paciencia y el azar.
Todas las fotos de esta publicación fueron tomadas en 2021 y 2022, y no han sido editadas.
Copyright © 2023 Alvaro Medina García