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El maletín
No lo duda dos veces y recoge el maletín. Sale corriendo, a todo lo que dan sus piernas, sin mirar atrás. Escucha el alboroto y los gritos que le exigen que se detenga, pero son cada vez más lejanos. Corre dos, tres, cinco cuadras. Ya no escucha nada. Zafó.
Se detiene, jadea inclinado sobre sus rodillas. Revisa con la mirada el entorno. Nada… o casi. Desde una calleja lateral pequeña vienen corriendo dos hombres vestidos de traje y lentes oscuros. Retoma la escapada, con el maletín apretado al cuerpo. Llega a la entrada de una estación de metro y baja al nivel subterráneo. Ralenta su escape, ahora hay más gente. Se funde en la aglomeración, que avanza a paso cansino hacia los torniquetes. Cuando llega a uno, acerca la tarjeta y suena un «bip» que le indica pasar. Cruza el torniquete. Baja la escalera en dirección al andén, todo a paso lento, como caminando en melaza, entre una marea de personas que repiten la diaria danza ritual de la vuelta a casa. Llega al andén justo cuando entra un convoy. El tren se detiene, abre sus puertas. Espera que suban las personas que están delante de él, haciendo lo posible para ocultar su impaciencia. Ya no hay nadie frente a él. Va a entrar al vagón y…
Un hombre de traje negro y lentes oscuros aparece, casi se materializa delante suyo. Se paraliza. Siente como que el tiempo se detiene. El hombre estira su brazo hacia él, hacia el maletín, y parece como que el brazo se estirara y estirara, como si fuera de goma. El traje negro no es negro, tiene brillos opalescentes, casi como si el hombre se hubiera vestido con un arcoiris. El brazo se sigue acercando…
Reacciona y empuja al hombre, y aunque este no logra detenerlo, le agarra el maletín con fuerza. Forcejeando, logra entrar al vagón del metro mientras tironea del maletín. Suena la alarma de cierre de puertas. Cuando están por sellarse, tira violentamente del maletín, con tanta fuerza que cae al suelo, al otro lado del vagón. Pero tiene el maletín consigo, abrazado a su cuerpo, lo logró. Se incorpora y mientras el tren toma velocidad, mira burlonamente por la ventana al hombre de traje, que se ha quedado en el andén, mirándolo de vuelta, silenciosamente irritado.
Aún sonriendo, se desploma en un asiento, satisfecho por su victoria y feliz por haber escapado. Ya más tranquilo, mira alrededor. No hay nadie en el vagón. Mira más allá. Nadie. No hay nadie en ningún vagón, el tren está vacío, totalmente vacío. El convoy va tomando velocidad y entra en el túnel.
Se apaga la luz.
Copyright © 2023 Alvaro Medina García